Si hay un milagro en Israël, el reside en la determinación de los agricultores y la innovación de las start-ups. La sequía es recurrente, el estrés hídrico es contundente y, sin embargo, Israël es el granero de Oriente Próximo.
Valle de Jezreel, en el norte del país. La sequía y el clima desértico son obstáculos para el desarrollo de la producción agrícola. Sin embargo, aquí el desierto florece durante todo el año. Las grandes explotaciones aportan trigo, girasoles y garbanzos, y los horticultores, zanahorias, tomates y coles de Bruselas. Las granjas, hasta donde alcanza la vista, reverdecen el desierto. Nada de carretes de manguera rociando hectolitros de agua que se evaporan al sol; en este valle, el riego es una ciencia de alta tecnología. Los sistemas están controlados por ordenador y suministran por goteo lo que necesita cada planta. Estas plantas son modificadas y moldeadas para que necesiten la menor cantidad de agua posible. El agua utilizada procede de depuradoras de aguas residuales. Es agua que ha sido tratada para que pueda utilizarse sin riesgo para los cultivos destinados al consumo humano.
Según el Instituto de Recursos Mundiales, Israël es el segundo país del mundo, después de Qatar, que sufre estrés hídrico, es decir, una grave escasez de agua. Pocos recursos, precipitaciones escasas y aleatorias y, sin embargo, la necesidad de cultivar la tierra para garantizar la supervivencia de un pueblo. Israël consigue producir el 95% de las frutas y hortalizas que necesita.
En un país semidesértico, el agua es una prioridad nacional.
Desde la creación del Estado de Israël en 1948, el agua ha sido un problema importante. Las reservas de agua subterránea (acuíferos), el Jordán y sus afluentes, el Dan, el Snir (H’azbani ) y el H’ermon (Banias), distan mucho de ser suficientes. Han surgido soluciones gracias a la investigación y a empresas innovadoras. Se han explorado todas las vías: desalinización del agua, evolución de las semillas y reutilización de las aguas residuales. 250 empresas y casi 200 start-ups cambian constantemente de prácticas. La tecnología israelí del agua es la mayor del mundo. En 2019, una de estas empresas ganó el premio “Tech for a better world” en la mayor feria de innovación, el CES de Las Vegas (Consumer Electronics Show). Ella a desarrollado un sistema para convertir el aire en agua (5000 litros/día) mediante generadores perfeccionados a través de la investigación. La “tecnología del agua” y los avances israelíes en este campo se exportan a países en los que el cambio climático repercute en los recursos hídricos. 84 millones de personas viven sin acceso seguro al agua potable. El problema es global. La tecnología del agua es incluso una importante herramienta diplomática para Israël; China e India han firmado acuerdos de colaboración para adaptar las innovaciones israelíes a sus problemas nacionales.
Intensificar los esfuerzos para proteger los recursos hídricos
El 85% del agua potable de Israël procede de la desalinización del Mediterráneo y el Mar Rojo. Para el cultivo, el 90% del agua procede del tratamiento de aguas residuales. Mekorot, la empresa de aguas israëlí, es líder mundial en reutilización de aguas residuales para la agricultura. Su misión es tratar y redistribuir en 10 años 100 millones de metros cúbicos de aguas residuales que, una vez tratadas, se devuelven a la naturaleza sin ser utilizadas.
Se tardan 401 días en devolver las aguas residuales al circuito de agua para el cultivo. 1 día de tratamiento en la fábrica y 400 días en varios depósitos, el último de los cuales es una capa freática reservada. Nada se rechaza sin ser reciclado. Los lodos producen biogás y abono para aprovechar al máximo todos los recursos. Gracias a este proceso controlado, los agricultores israelíes pueden hacer florecer el desierto.
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Fabricar biogás a partir de nuestras aguas residuales es posible y funciona. Las plantas convierten los residuos orgánicos en biogás y pueden calentar los hogares o proporcionar combustible para los vehículos. Un ahorro sustancial de gas fósil y un enfoque virtuoso de la producción de energía renovable, especialmente en el contexto de tensión que estamos viviendo.